Un equipo internacional de investigadores descubrió que el formaldehído, un contaminante muy extendido, puede modificar los mecanismos químicos que controlan la actividad de los genes, lo que refuerza la vinculación de esta sustancia con el cáncer.
Es la conclusión de un estudio, publicado en la revista “Science”, en el que participó el director del Instituto de Investigación contra la Leucemia “Josep Carreras”, Manel Esteller, y el catedrático de Genética de la Universidad de Barcelona e investigador del mismo centro Lucas Pontel.
Este hallazgo amplía los conocimientos sobre el formaldehído, que hasta ahora solo se consideraba un mutágeno del ADN y ya se ha visto que tiene capacidad también de modificar la programación epigenética de la célula.
La epigenética hace referencia a los mecanismos químicos que, como si se tratara de interruptores, controlan la actividad de los genes, activándolos o desactivándolos, así como acomodando cada célula a la función que le corresponde en cada momento y lugar.
Así, los marcadores epigenéticos permiten que las células, tejidos y órganos puedan adaptarse a las circunstancias cambiantes del entorno.
Sin embargo, esta ventaja adaptativa puede ser también un inconveniente, ya que la regulación epigenética puede verse alterada más fácilmente por toxinas que la secuencia genética más estable del ADN.
El nuevo estudio demuestra que un elemento con una potente capacidad modificadora de los patrones epigenéticos normales es el formaldehído, comúnmente presente en diversos productos domésticos y cosméticos, en el aire contaminado y ampliamente utilizado en la construcción.
La publicación, dirigida por el investigador de la Universidad de California en Berkeley Christopher J. Chang, se centró en investigar los efectos de altas concentraciones de formaldehído en el organismo, sustancia que ya se ha asociado a un mayor riesgo de desarrollar cáncer (tumores nasofaríngeos y leucemia), degeneración hepática por hígado graso (esteatosis) y asma.
“El formaldehído entra en nuestro organismo principalmente a través de la respiración y, como se disuelve bien en un medio acuoso, acaba llegando a todas las células de nuestro cuerpo”, destaca Esteller.
Los investigadores descubrieron que “el formaldehído es un inhibidor de la proteína MAT1A, que es la principal productora de S-adenosil-L-metionina (SAM) y esta última molécula es el donante universal del grupo químico metilo que regula la actividad epigenética”, explica el director del Instituto de Investigación.
Así, la exposición al formaldehído “induce una reducción del contenido de SAM y provoca la pérdida de metilación de las histonas, proteínas que empaquetan el ADN y controlan la función de miles de genes”, añade.
Pontel, por su parte, alerta de que la sustancia “tiene la capacidad de modificar el paisaje epigenético de las células”, lo que contribuye a las ya documentadas propiedades cancerígenas de esta sustancia.
Las autoridades sanitarias internacionales ya están restringiendo al máximo el uso de formaldehído, pero todavía existen ámbitos laborales en los que se utiliza en altos niveles, como en la fabricación de resinas, la producción de plástico, las fundiciones industriales o la industria cosmética.
También se origina durante la combustión de la gasolina de los automóviles y en el humo del tabaco.